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lunes, 22 de agosto de 2011

Transformaciones profundas v/s superficiales… ¿cómo y quién define el límite?

Por Otto Lührs Middleton

La movilización social actual en Chile, particularmente en torno a la crisis educacional, está marcada por una polarización entre demandas “profundas” por parte de los movilizados y respuestas “superficiales” o de “sólo maquillaje” desde el gobierno.
¿Cómo diferenciamos lo profundo de lo superficial en los procesos de transformación social?
Hay un hito político-histórico dado por la aprobación de la constitución del 80’ en Chile como punto de inflexión de generación de un escenario que agudiza las brechas sociales desde la educación, al promover o permitir el negocio en ella o dejar al estado en un rol subsidiario y no garante. Desde este referente, reforma profunda sería aquella que cambia el sistema, lo cual tiene en la modificación constitucional una de sus principales medidas. Y reforma superficial, aquella que mejora el sistema, pues sus modificaciones ocurren al amparo de las directrices mandadas por nuestra carta magna.
Curiosamente se da un meta-acuerdo inconsciente entre unos y otros, al coincidir en tomar posición en torno a nuestros problemas sociales, desde aquello que sucedió en el país -con intervención internacional- en 1980 y la comprensión de su origen y consecuencias.
Sin embargo esto es relativo y en parte arbitrario.
Este planteamiento surge desde la incomodidad que me ha generado la relación presente en las demandas, entre gratuidad de la educación y el dinero que le entra o podría entrar al país desde la minería. Esta incomodidad tiene cuatro causas:
1º Mi noción de país: invento administrativo construido mediante una cadena de sucesos históricos en función del afán permanente y necesario de organización que tenemos los seres humanos. Desde el individuo a la ONU, hay una serie de niveles organizacionales, clan, aldea, provincia, etc., y país no es más que uno de esos niveles. Es un nivel organizacional dominante de los últimos siglos, pero ya vemos señales de que país como concepto está en metamorfosis; paulatinamente, por ejemplo, se instala el término "ecoregión", más coherente con pueblo y su realidad ecosistémica, pero que renace en fuerte pugna con los paquetes organizacionales del tipo país-OCDE-ONU-TLC's-Corporaciones Transnacionales.
Hay casos presentes en que país y pueblo tienen gran coincidencia, muy determinado por la geografía, como sucede con las naciones-isla (Cuba, Japón). Chile es un caso contrario, en esta larga y angosta faja de tierra co-habitan varios pueblos que existen no determinados por las fronteras administrativas o geográficas. Chile como país se nutre de los pueblos/ecoregiones del Altiplano, Araucanía, Patagonia o Rapa Nui, por citar los más emblemáticos y vivos, más la inserción de múltiples etnias foráneas que según el tiempo o mecanismo de llegada recibió diversas denominaciones: conquistadores, colonos, inmigrantes o aventureros. Chile es un país, no un pueblo.
2º Mi noción de patria: creación cultural que permite darle cohesión emocional al término país, provoca sentido de pertenencia al territorio político mediante el reconocimiento y promoción de símbolos y la exaltación de los sellos identitarios, lo cual puede ser tanto espontáneo como manipulado.
(Confieso que estas posturas están altamente afectadas por el mercadeo globalizado del patrimonio natural, cultural y de los símbolos patrios; inevitablemente, la sensación de que en el país influye más una junta de accionistas de una transnacional que el presidente elegido mediante votación, mina mi noción de país y patria. También la manipulación que los gobiernos hacen de la selección chilena de fútbol como cortina de humo para distraer a la ciudadanía, afecta esta percepción. Tanto mi antigua adhesión como mi actual distancia a la noción de patria, es un acto emocional y a pesar de ello, o quizás por ello, válida).
3º Mi sospecha sobre la Guerra del Pacífico: que la historia la escriben los ganadores, es una expresión que al menos llama a la reflexión crítica de lo que se nos ha enseñado. Toda mi escolaridad fue en Chile, en un colegio con sello de ser tradicional, católico, en una sociedad tan particular como la de Viña del Mar. No he profundizado mi conocimiento de esa guerra, pero por lo señalado me defino al menos en sospecha de lo que se me enseñó. Más allá de las posiciones o visiones, que se le llame conquista válida o usurpación mediante las armas, el hecho es que antes de la guerra las zonas de extracción minera no eran chilenas y después si. Y también es hecho que salitre y cobre fundamentalmente, han sido recursos determinantes para el crecimiento del país.
4º Mi noción de autorrealización, adhiero a lo expresado por Arne Naess, autor de la Ecología Profunda, quien se refiere a la correspondencia entre el incremento de la autorrealización individual y el incremento de la autorrealización o de la vida en su conjunto. Dice que si las individualidades son manifestaciones de una unidad ontológica subyacente, entonces la posibilidad de avanzar en la autorrealización va a estar íntimamente conectada con la autorrealización de “otros”, porque todos constituimos una misma unidad. Solamente avanzamos en nuestro proceso de autorrealización cuando el resto de los seres también se realiza (Speranza, 2006).
Según estas consideraciones, veo incongruencia en la demanda estudiantil, cuando ésta justifica la factibilidad de la gratuidad en la educación desde la alcancía gigante que la minería es para Chile, pues se lucha por la equidad para los chilenos legitimando la inequidad con los países vecinos. Y eso no puede ser. La justicia es un valor en el que no cabe un “a veces” según nos convenga. Si fuera justo financiar la educación desde el dinero mineral, sería justo el que Chile lo haya obtenido a través de una guerra, que empresas extranjeras lucren con el agua patagónica o la semilla nativa, que EE.UU. intervenga la economía internacional y que los Matte, Luksic, Angelini o Piñera tengan mejor educación que los González, Tapia o Narea. Creo que lo justo se conquista con justicia, y por ello, no podemos aspirar a educación estatal de calidad desde el dinero minero, salvo que se haga en relación colaborativa con los otros países que comparten el altiplano y cuidando que la industria minera no alimente con sus frutos, la industria de las armas, al momento uno de los principales consumidores del metal que sale del territorio chileno. Condición a la fecha por lo menos ilusa. ¿Estamos contentos y de acuerdo que nuestra educación se financie del comercio de armas o desde el resultado de una guerra?
Atendiendo a Naess, mi autorrealización se afecta por la autorrealización de quien habita la casa junto a la mía, la de los vecinos de Teja Norte por la de la Yáñez Zavala, la de Valdivia por la de Osorno y la de Chile por la de Argentina, Bolivia, Perú y también Bután. El planeta es un mega ecosistema con un tramado de interconexiones que poco a poco vamos re-descrubriendo. Así al menos se lo explicó en la película “La Amenaza Fantasma”, el Jedi Qui-Gon Jinn al rey de los Gungan, al hablarle de la simbiosis en la que habita su pueblo con los Naboo. Esto es radicalmente opuesto a la lógica competitiva sobre la cual construimos nuestra ideología y noción de desarrollo, pues como valor rector, coloca a la colaboración en reemplazo de la competición, más allá de las fronteras étnicas, geográficas o políticas.
Entonces y reiterando, ¿cómo diferenciamos lo profundo de lo superficial en los procesos de transformación social? Si atendemos a los niveles de análisis indicados por la Ecología Profunda que nos habla de transformaciones sociales al alero del contexto ecológico planetario, lo demandado por la movilización estudiantil sería también un maquillaje, aunque infinitamente más avanzado y positivo que lo sostenido desde el gobierno. Y si me debo definir entre apoyar o rechazar, apoyo sin duda, pues lo demandado es un avance. Pero cuidado con levantar banderas absolutas de legitimidad, cambio profundo o instalarse cada uno en su trinchera acusando a los otros de intransigentes.
Pues ante este intento que hago de dudar la certeza absoluta sobre qué es profundo o superficial, me veo obligado a aceptar la posibilidad de que no todo sea maligno al interior del gobierno y sus relaciones eco-ilógicas con el empresariado educacional. Me obligo a considerar que es posible la existencia sincera entre las cúpulas decisionales, de la percepción de que sus posturas son justas y profundas. La sola duda creo nos predispone de mejor manera al diálogo, pues mientras cada parte permanezca en la convicción de que tiene la razón y los otros están equivocados, intervenidos o corrompidos, la intransigencia estará instalada hasta que el agotamiento, la violencia o la muerte de un estudiante en huelga de hambre sea el factor que termine –no que resuelva- el conflicto.